UN RÁBANO PARA EL SEÑOR FISCAL

Miguel Ángel Gayo Sánchez · SEVILLA 

La ocurrencia fue de mi madre: “Hijo, te traes a casa al señor fiscal y le peloteas. Esa es la clave”. Acababa de abrir el despacho. Poco pleito, poca comisión. Así que debía procurarme un nombre en el foro. “Mi madre le invita a degustar su guiso de rábanos”, le dije. El fiscal aceptó. Durante la velada se mostró de lo más cariñoso: “Señora, ya me fijé yo en su hijo. Me encanta enderezar a los pipiolos”, comentó mientras degustaba los rábanos. Fue entonces cuando sentí el extraño rozamiento por debajo del mantel. Luego, la mano entera escalando por mi pierna. “Esto es una hoguera” dijo agarrando en secreto el rábano que más le interesaba. “Un buen menú requiere de un buen postre”, murmuró libidinoso. “Anda, hijo, sé hospitalario y deja que el fiscal se coma todos los rábanos que le apetezcan”, dijo mi madre desde la cocina.

 

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