Imagen de perfilCómo sonreír sin emoticonos

Patricia Collazo González 

A nuestro valle jamás llegó señal de internet. Eso, que podría parecer una tragedia, se convirtió para muchos en un negocio boyante.
Los más listos del pueblo consiguieron empatizar con lo que la sociedad estaba reclamando. Formaron una comisión de promoción turística y comenzaron a ofrecer escapadas desintoxicantes que incluían gastronomía sin Instagram, excursiones sin navegador, talleres de expresión sin emoticonos, o de fotografía para no subir a redes. Experiencias inmersivas, durante los cuales los teléfonos móviles, desconectados del mundo, quedaban olvidados en los bolsillos, mientras sus dueños reaprendían a vivir.
Ante el éxito de la iniciativa, que fue adoptada por muchos más valles, las grandes tecnológicas temieron lo peor. Enviaron entonces a sus séquitos de abogados para intentar desterrar una actividad que calificaban de majadería intensiva.
Por suerte, un fallo desestimatorio del más alto tribunal lo evitó. Sus jueces, afortunadamente, habían pasado por el taller “Cómo neutralizar trolls”.

 

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