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ÁNGEL SAIZ MORA 

Mi hija hablaba con admiración del nuevo profesor de Literatura, un hombre muy desaliñado, que aparte de transmitir conocimientos académicos, dedicaba veinte minutos de cada clase a comentar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Muchos de sus alumnos rechazaron dedicar largos años a convertirse en ingenieros o médicos, anhelaban darlo todo cuanto antes para corregir el mundo.
Los padres me eligieron a mí, como abogada, para amenazarle con una denuncia, por llenar las jóvenes cabezas de hambre de sueños inalcanzables, que comprometían su porvenir laboral.
Al conocerlo en persona, pese a su chaqueta raída, confirmé que la elocuencia es su recurso. Reconozco que ha ampliado mi crecimiento personal. A cambio, le asesoro en el suministro de vestuario, que falta le hacía. Alguien le tiene que proteger, además, de reclamaciones legales de padres airados. Soy feliz así, no menos que mi hija, ahora también suya, mientras limpia de plásticos el Mediterráneo.

 

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