Imagen de perfilPRESUNCIÓN DE VERACIDAD

Gema Mª Ortega Expósito 

Siempre me resultó sospechoso que tres personas solas tuvieran la habilidad de allanar millones de moradas en un solo día sin faltar a su propósito de repartir regalos a todo solicitante. A mis ocho años de edad, dando utilidad al juego de sobremesa de Sherlock Holmes que presuntamente me había traído Baltasar ese seis de enero, busqué una explicación racional a aquella proeza. Analicé indicios, recabé declaraciones de conocidos y finalmente alcancé la solución, tan decepcionante como previsible. ¡Qué circo tan minuciosamente montado y cuánto cómplice alrededor!, pensé. Pero no supe definir el hecho ni acotar responsabilidades; ¿era una estafa emocional o una donación encubierta?, ¿eran mis progenitores los únicos responsables, como ejecutores materiales, o también los adultos en general, como cooperadores necesarios? Ante tal inseguridad y considerando que era mejor presumir la veracidad del bienintencionado engaño que cuestionarlo, decidí no denunciar el hecho y convertirme en una cómplice más.

 

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