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Eva María Cardona Guasch 

De niño, mi padre me obligaba a ver con él películas sobre juicios. Confiaba en inocularme el gusto por la abogacía. Sospechosos inocentes, inocentes aparentemente culpables, culpables nada sospechosos. Eminentes letrados en blanco y negro clamaban por unos y otros. La estrategia surtió efecto. Decidí ser actor, consecuencia que, a su vez, fue causa del malestar conyugal, que puedo definir de perturbador. Mis padres se reprochaban mutuamente mi mala educación. Demasiado mimo, demasiada disciplina. La crisis del petróleo, la salud de Franco y las discusiones sobre mi futuro ocupaban largas sobremesas familiares. Abuelos, tíos y hasta el cura. Todos opinaban en aquel circo.
Llegado el momento decisivo desistí de mi propósito. Me matriculé en Derecho, para alivio de todos y regocijo de mi padre, vencedor en aquellas disputas. No desvelé el auténtico motivo de mi cambio: la chica por la que suspiraba y con quien finalmente coincidí en clase. Continuará.

 

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