POR ELLA
Eva María Cardona GuaschDe niño, mi padre me obligaba a ver con él películas sobre juicios. Confiaba en inocularme el gusto por la abogacía. Sospechosos inocentes, inocentes aparentemente culpables, culpables nada sospechosos. Eminentes letrados en blanco y negro clamaban por unos y otros. La estrategia surtió efecto. Decidí ser actor, consecuencia que, a su vez, fue causa del malestar conyugal, que puedo definir de perturbador. Mis padres se reprochaban mutuamente mi mala educación. Demasiado mimo, demasiada disciplina. La crisis del petróleo, la salud de Franco y las discusiones sobre mi futuro ocupaban largas sobremesas familiares. Abuelos, tíos y hasta el cura. Todos opinaban en aquel circo.
Llegado el momento decisivo desistí de mi propósito. Me matriculé en Derecho, para alivio de todos y regocijo de mi padre, vencedor en aquellas disputas. No desvelé el auténtico motivo de mi cambio: la chica por la que suspiraba y con quien finalmente coincidí en clase. Continuará.
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Eso es amor… Nos has dejado en ascuas esperando la segunda entrega. ¡Suerte!
Gracias, compañero. A ver si soy capaz de darle larga vida a este personaje.
Suerte también para ti. Como cada mes hábil, tu relato me ha atrapado.
Hola, Eva!!!
Emocionante, trepidante, divertido, humano, contradictorio, positivo… con final abierto.
O sea, como la vida misma!!!
Me gusta, Eva.
Un abrazoooo
Yo veía embelesado esas películas en blanco y negro. Y «Doce hombres sin piedad», en Estudio 1. Y también cursé Derecho, precisamente por amor a esos personajes de ficción, no de carne y hueso; en definitiva, por amor al arte,
Ahora preferiría ser actor (no demandante, entiéndaseme bien). Quizá hubiera sido un buen secundario…
Suerte, Eva María, compañera.