Imagen de perfilEl cartel

Guillermo Sancho Hernández 

La sobremesa de cualquier comida navideña era el momento que algunos queridísimos allegados solían escoger para formular sus entrañables consultitas. Total, para qué venir al despacho si allí disponían de un abogado ante el que ventilar sus mejores propósitos: relaciones conyugales achicharradas, ancestrales cuestiones sobre lindes, sospechosos infundados, hipotecas con sorpresa final y todo tipo de cuitas pasadas, presentes y hasta futuras.
En ese instante yo me sentía desamparado, como un reo encadenado frente al insaciable público del Circo Máximo.
A la escena se añadía ese pariente difícil de definir que, como catedrático en derecho universal por televidencia, saboteaba cualquier intento de cordura.
Por ello, este año en la flamante mesa familiar aguardaba un cartel, en mi sitio, con mi nombre y profesión, y en el que (con letra Times New Roman, tamaño de fuente 72) además podía leerse:
“Consultas 100 euros, consultitas 100 euritos”.
Mano de santo.

 

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