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JULIO CÉSAR MARTÍN BAZÁN · Huesca 

Me dijeron que tomara asiento. Lo agradecí, era mullido y de un tejido de buena calidad. Observaba el movimiento, el paso rutinario de las personas que trabajaban en la dependencia del Juzgado . Había un reloj visible en la pared del fondo al que se accedía no sin cierto riesgo de tropezar con algún legajo, un mero objeto que deseaba preservar impasible sus latidos. Pasaban las horas y nadie se dirigía a mí para comenzar el trámite jurídico. La vida del reloj pareció tomar un cariz extraño, ya que sus agujas mostraban una mueca irónica, una especie de triunfo retórico sobre mi espera y mis reflexiones. Yo afrontaba con paciencia el olvido al que me veía relegado. Me encontraba cansado. Empezaba a anochecer. Vi como los funcionarios apagaban las luces de la sala al marcharse a sus casas. Yo continué sentado, esperando a que alguien me llamara.

 

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