Imagen de perfilPirómano

Miguel Ángel Moreno Cañizares 

Sin lugar a dudas, algún sol de justicia había derretido los sesos del individuo en cuestión. Eso, o una maldad congénita. Era un pirómano, un residuo humano que se merecía una larga condena a la sombra, valga la paradoja. Un maltratador de la naturaleza al que la falta de pruebas fehacientes había librado de la cárcel. La última hazaña que se le atribuía arrasó decenas de hectáreas de un alto valor ecológico en la isla.
Detenido de nuevo, su abogado de oficio se planteó si de verdad era sostenible mantener la petición de inocencia para un tipo que había tomado por costumbre atentar contra el clima no en una, sino en múltiples ocasiones a lo largo de su vida. “Me ahogo, no puedo respirar”, fueron sus últimas palabras antes de que el destino le reservara una sentencia ejemplar.

 

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