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Gregorio Vega Cuesta 

Salí de los Juzgados de Plaza de Castilla con esa sensación de impotencia que todos los abogados sentimos a menudo. La lentitud del sistema, la falta de medios con la que nos enfrentamos a diario. Aquella mañana había sido especialmente frustrante, así que me perdí entre las calles de Tetuán hasta encontrar un bar apartado del mundillo profesional. Pedí una cerveza en la barra. En la televisión se veían imágenes antiguas de gente manifestándose por las calles de Madrid. La voz de fondo recordaba: “Hoy, 24 de enero, se cumplen cuarenta años del asesinato de cinco abogados en la calle Atocha…”. Triste aniversario ―pensé en un principio. Sin embargo, contemplando aquellas imágenes me di cuenta de que se trataba de uno de los primeros actos multitudinarios de una ciudadanía que, un año después, vería recogidos sus derechos en una Constitución. Y me sentí orgulloso de que defenderlos fuera mi trabajo.

 

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