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GONZALO HERRÁN DE LÉNIZ 

Avanzo solemne por la sala. Me enfundo la toga y la persona se desvanece. Una oscura presencia asoma por el cuello de la prenda. Un personaje capaz de enfrentar todo propósito y toda duda; también, las incertidumbres que, otrora, inquietaran a la titubeante persona. La conversión, únicamente resulta ser interesante para la pudorosa fragilidad transmutada en arrogante alter ego.

Debo repasar mi despliegue dialéctico; Cicerón dixit: “No existe nada tan extraordinario que la oratoria no convierta en aceptable”. La puesta en escena ha completado su formato. El juez otorga su visado, el espectáculo puede comenzar…

Finalmente y ya de vuelta, abandono al personaje bajo la desinflada e inerme toga que, ahora, yace solitaria en los dominios de su templo. En un lugar similar a la profundidad de la cueva en donde, tiempo atrás, las ortopedias de la consciencia humana garabatearon ocres figuras sobre pétreas paredes para propiciar hechizos muy parecidos.

 

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4 comentarios

  • Muchas veces he llegado a pensar eso de que «la persona se desvanece tras la toga», como si el personaje que la porta se convirtiera en un imperturbable actor legal y no fuera el mismo que minutos antes ha llamado al servicio técnico de reparación de lavadoras y tiene reunión horas más tarde con el tutor de su hijo. Hay mucha perla en tu relato. Enhorabuena.

     
  • Muy bueno Gonzalo. Me he permitido detenerme a leer tu micro y me ha recordado a mí mismo. Cuando empecé a ejercer, me autoconvencía de que, al enfundarme en la toga, era otra persona, una especie de superhombre, capaz de afrontarlo todo. Mi alter ego que subyacía bajo ese joven abogado inexperto que necesitaba de ese objeto mágico para luchar en cualquier lid judicial. Ahora es simplemente un instrumento más de trabajo, la experiencia y los años han transformado mis pensamientos, aunque de vez en cuando vuelvo atrás y recuerdo cómo me sentía las primeras veces que me envolvía en aquella «túnica» negra… Suerte con tu micro. Un abrazo.

     
    1. Gracias por tus comentarios Francisco Javier. Yo, pese a los años de ejercicio (que no son pocos), sigo fascinándome por la liturgia que se oculta tras la toga a la que sigo viendo como el chaleco antibalas del policía o la estola del sacerdote. Prendas que otorgan autoridad y autoconfianza; escudos que protegen de las flaquezas de su portador; símbolos que confieren seguridad y respeto; proyecciones de elevadas metas utópicas; disfraz de humanas limitaciones…
      Suerte también con tu micro. Un abrazo.