Imagen de perfilAL OTRO LADO DEL SOFÁ

Ernestina Tatti 

La duda sobre qué clase de persona quería llegar a ser revoloteaba en mi cabeza, mientras mi abuela Ana tejía, al otro lado del sofá, una bufanda y yo me disponía a leer «El alma de la toga» en mi libro electrónico, un aparato que ella encontraba de lo más innovador.
Ana no lo había tenido fácil. A ella, que fue la mayor de nueve hermanos, le tocó ayudar en casa y solo podía ir a la escuela cuando terminaba a tiempo sus quehaceres, porque su infancia transcurrió en una época en la que comer era más importante que aprender y la educación venía de casa.
Ana se siente orgullosa de tener una nieta que estudió Derecho, sin saber que el verdadero valor de la equidad me lo enseñó ella.
Levanté la mirada y encontré la respuesta a mi duda justo allí, al otro lado del sofá.

 

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