Lo bueno por conocer

María Domínguez de Paz · Valladolid 

Recién arrancó el autobús, Maura palpó en sus bolsillos para comprobar que llevaba lo necesario: en uno, la cédula de identidad, el pasaporte y una cantidad de soles suficiente para llegar al aeropuerto de Lima; en el otro, la carta de su esposo. La releyó. Al parecer, el famoso letrado –tan mediático como extravagante – para el que trabajaba como chofer en España, volvió un día furioso del trabajo. Agarró las maletas, sin más, y en la misma puerta le mostró las llaves: “Muchacho, hasta aquí he llegado. Estoy harto de pleitos, sentencias, arbitrajes y laudos: me largo sine die a un chiringuito, bien lejos. Hasta que vuelva, puedes quedarte la casa salva rerum substantia…” Ella no comprendía una sola palabra. Se aflojó la bufanda del cuello para mirar mejor por la ventana. Atrás, entre montañas rocosas, quedaba cada vez más chiquita su querida Huancavelica. Eso sí lo entendía.

 

 

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