Ilustración: Juan Hervás


Fuga

Mikel Pérez Aboitiz · Berlín 

La señora de la limpieza anunció, subida a una silla, que Código y Civil se habían vuelto a escapar. —¡Malditos hámsters! —aulló Jacinto a voz en cuello. —Pobrecitos, perdidos en el bufete —se lamentó Rosa, siempre maternal. —La última vez se comieron una cédula hipotecaria y un carné de identidad —recordó Jacinto, esgrimiendo amenazador una grapadora. —¡Solo eran fotocopias! —les defendió Rosa, escudada tras unos archivadores. Ibáñez, rojo de ira, gritaba: —¡Esto es un chiringuito!¡Aquí no hay quien trabaje! Nuestro especialista en arbitraje, Pío, se desgañitaba: —¡Calma, calma! —solicitaba encaramado a la fotocopiadora cuando, con un sonoro «plop», nos quedamos a oscuras. En silencio. Código y Civil habían hurgado juntos en un enchufe. Restablecida la corriente, los hallamos desmayados, desmadejados. Entonces, Pío activó sus delicados meñiques y —para gran alivio de todos— su doble masaje cardíaco funcionó.

 

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