Imagen de perfilMi primera demanda

María Sergia Martín González- towanda 

Todavía lo recuerdo. Tenía doce años y estaba hastiada de hologramas, héroes diseñados informáticamente y amigos virtuales. Yo quería adoptar un abuelo. De carne y hueso.

Estos parientes escaseaban y los que quedaban permanecían recluidos en granjas, como medida cautelar para que no estorbasen. Durante una excursión temática me fijé en uno. Era un tipo singular, ataviado de manera estrafalaria…, pero sentí algo emocionante cuando, de mi oreja, sacó un helado.

Aunque mis padres me reprobaron, me mantuve inflexible e inicié la demanda de adopción. Leí. Elaboré un glosario jurídico, garabateé decenas de folios de colores y la presenté. Consumido el plazo legal, la jueza resolvió sentenciar a nuestro favor. Ese día comenzó la verdadera magia.

Han pasado varios lustros desde aquello y aunque al abuelo ahora le cuesta caminar, continúa esperándome a la puerta de los juzgados, vestido de caballero andante con un helado en la mano. Como entonces.

 

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