Imagen de perfilLa sentencia

Marta Trutxuelo García 

Ojalá esto acabara ya. Ojalá yo fuera el árbitro; yo, que ostento el récord de emisión de sentencias en breve plazo, el «juez sumarísimo»; pero, yo, soy el encausado. El ministerio fiscal despliega su dialéctica para acusarme de mil negligencias: incumplimiento de plazos, inexactitudes en el trámite, fallos de protocolo… Pero los defensores capean, ágiles, el temporal de acusaciones, esgrimiendo sus argumentos para quitar hierro a tales calumnias. Todos los juicios en los que participé desfilan ante mí, como un ciempiés, en una interminable letanía que me sumerge en un profundo sopor. ¡Visto para sentencia!, me despierta un golpe seco. El ujier me indica que recoja mis pertenencias: mi reloj parado, y un neceser con un cepillo de dientes y mucha incertidumbre. Me dirijo lentamente hacia una luz celestial en un eterno pasillo bajo un calor endiablado. Camino y cavilo… cavilo camino a mi sentencia final… ¿paraíso o infierno?

 

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