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Leticia Morillo Canales 

Me invadió en segundos ese afán pletórico que alimenta mi vocación. La concentración con sus pancartas y vítores a la puerta del Juzgado me impulsó, maletín en mano, como un cohete hacia el interior. Trabajar en el turno de oficio me provoca una especial excitación, una reafirmación de esos valores que mis padres insertaron en mi médula desde que abrí los ojos. Imaginé que ellos sentirían orgullo y complacencia viéndome ayudar a los demás. A mi lado mi cliente me escrutaba con su mirada desvalida, implorando mi buen hacer, como si yo fuera el Todopoderoso. Suspiré. ¿Qué opinaría papá? Me parece escucharlo. «Fundamental, querido Jorge». Y su voz me impele a darle unas palmaditas en la espalda, aunque aquel hombre años atrás se convirtiera en el vecino inesperado e inquilino moroso que también entonces se hizo con la vivienda que la buena de doña Dolores alquilaba para blindar su pensión.

 

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