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Plácido Romero Sanjuán 

Aquel vagabundo se convirtió en beneficiario de justicia gratuita, pero asistir a su defensa no resultó sencillo: los acusadores se mostraron inclementes y, lo peor, él no movió un dedo para ser absuelto. En todo momento se negó a mi asesoramiento y orientación. Le planteé varias posibilidades. Lo más sencillo, declararse loco. Hoy en día, no resulta difícil; basta con un certificado médico. Pero se negó. Me dijo que él no estaba loco. Por lo tanto, traté de alegar que lo que preconizaba estaba planteado a nivel teórico: por supuesto, no iba a enfrentarse a la autoridad. Tampoco conseguí nada. Estuve a punto de tirar la toalla. Me sorprendió que me pidiera que siguiera; no quería ningún aplazamiento. La verdad, tenía cierta aura. Yo mismo era vulnerable a su elocuencia, que tantos seguidores le había hecho ganar. Por supuesto, fue condenado, que es lo que quería. Pobre Jesús de Nazaret.

 

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3 comentarios

  • Ya lo dice Él mismo, en varias ocasiones, en el Antiguo Testamento: ha de cumplirse lo que está escrito. Si el Mesías hubiese tenido derecho a un abogado no le habría ido mejor que al de tu relato. A pesar de su impotencia, hizo todo lo que estaba en su mano. Aunque no consiguiese que eludiera su condena, la defensa de un personaje así hubiera sido un privilegio y una experiencia única para cualquier letrado.
    Un abrazo y suerte, Plácido