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Benjamín Hermida González 

Fue una tortura haber tardado tanto en ejercer, pero había merecido la pena. Marcado y encauzado por el engaño, de inmediato empezó a dibujar su círculo de vida agarrado a la toga familiar sobre las baldosas de la sala del número siete, para abrir pronto trazo enfundado en un mandilón sobre las de la guardería, seguir uniformado sobre las del colegio, para acabar engalanado y pisando fuerte sobre las laureadas de la universidad.
Todo fluía como el agua. Pronto todo convergería en otra sala con número.
Y así fue. Pero aquella; su sala, se convirtió a la primera de cambio, en un nuevo punto de partida con la obligada necesidad de ensanchar trazo y coger solera; para, y pisando ahora sobre la milenaria piedra monacal, hacer de toga hábito y de la anormalidad oportunidad.
Conseguido. Estaba listo.
Era el juez perfecto para declarar el ultimum judicium.

 

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