Imagen de perfilEl juicio de la fortuna

María José Espeso Ortiz 

Yo, Enrique de Guevara, a punto entregar mi alma al Señor, dejo escritas estas líneas por si algún cristiano alcanzare esta isla en la que naufragué, si la memoria no me falla, treinta años ha. Aquel lejano día, rodeado por indígenas que me apuntaban con sus lanzas, decidí adoptar la digna actitud de un letrado curtido de las aulas de Alcalá. Expuse a aquellos hombres desnudos, siendo lo más gráfico posible y con la intención de salvar el pellejo, una visión panorámica del mundo del que procedía. Pero no fue mi dicción, que todos en Madrid elogiaban, lo que salvó mi vida, sino un oportuno eclipse de sol que oscureció por completo aquel radiante mediodía. Goberné desde entonces esta isla, dictando leyes bajo cuyo amparo todos viven dichosos, mas nunca olvido que en algunos juicios, no solo la ley sino también la fortuna han de jugar a tu favor.

 

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