Juzgado en el decimotercer piso

Miguel R. Bedoya Beneras · Los Altos (California. EEUU) 

El fiscal abrió el debate. —Si la trasformación fue un atropello, el forzarle a una boda para satisfacer el orgullo vano de una princesa, no tiene nombre. —Protesto, su señoría— replicó el abogado defensor. El atropello fue la detención de mi cliente. Voces y palabrotas cruzaron desde el público hasta el estrado. El juez acomodó su birrete con la mano izquierda y con la derecha golpeó la mesa con el martillo. Silencio. La voz tierna de la acusada, una hada madrina de ojos vivaces, rompió el mutismo. —No se discuta más este asunto. Revertiré el hechizo— sentenció. Dirigió su vara mágica hacia el hombre que se encontraba triste, mustio, sentado junto al fiscal. Luces. Truenos. Un croar alegre inundó el lugar. Extasiados y luego aterrorizados, los presentes observaron como el sapo saltó a través de la ventana.

 

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