Catalepsia

Dulce García Lemos · A Coruña 

Abrió los ojos bruscamente. Tenía los músculos entumecidos y el cuerpo cubierto con una sábana. Pasó un buen rato hasta que recordó lo sucedido en su despedida de soltero. Tras la detención por escándalo público, entre broncas y palabrotas, durmieron en el calabozo. De nada sirvió enseñar con orgullo el birrete y sus credenciales de abogado. Cuando por fin pudo moverse, miró alrededor. Aquello no era un calabozo; una fila de camillas ocupadas por cuerpos rígidos llenaba el recinto: era la morgue. Oyó pasos y voces. “Toca el 317”. Miró la etiqueta colgada de su pulgar; era su número. Lo cambió precipitadamente por el de su vecino y se echó en la camilla, tan quieto como pudo. Tragó saliva y aguantó el proceso de disección. En cuanto la sala quedó vacía, enroscó la sábana en su cuerpo como una túnica y salió. Quizás aún podría llegar a su boda.

 

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