Implacable venganza

Alberto Corujo Corteguera · Gijón 

Todas las noches, cuando las agujas señalan las doce en punto activando la lúgubre llamada del reloj de cuco, las figuritas de plomo cobran vida sobre la polvorienta maqueta –una reproducción a escala de la sala de justicia que formara parte en su día del informe pericial- para recrear en secreto aquel aún hoy inexplicable rosario de horripilantes crímenes: Así, los miembros del jurado popular se abalanzan sobre el Honorable Magistrado instantes después de ser dictada la sentencia de condena, los integrantes de la acusación particular se despedazan entre ellos, los alguaciles arrojan al fiscal por la ventana y el abogado defensor se cercena la yugular con su estilográfica. En el banquillo de los acusados, ocupando el centro neurálgico del recinto y aparentemente ajena al frenesí destructor que la rodea, la hipnotizadora esgrime una sonrisa enigmática mientras voltea entre sus dedos un pequeño reloj de arena.

 

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