Crónica de sucesos

José Luis Valle Gómez · Tres Cantos (Madrid) 

Sus parientes más próximos ocupaban todos los asientos de la sala cuando, de pie, escuchó la condena. De nada le sirvió asumir su propia defensa. De nada le valió delatar a sus inductores, cómplices y encubridores. Nada consiguieron sus lágrimas finales implorando clemencia a un juez que, en sus muchos años, ya había visto repetidas veces llorar a otros igual de culpables. El informe de la acusación había sido concluyente. Cuando la familia estaba distraída admirando la maqueta del nuevo parterre, se introdujo en la vieja mansión y, como buen conocedor del lugar, rápidamente encontró el botín que la dueña de la casa escondía entre los muebles de la cocina. No hubo testigos, pero sus pisadas marcadas en la arena del jardín y los pequeños y blanquecinos restos hallados sobre su ropa, le habían delatado. Las gominolas se las comieron entre todos, pero la abuela solo le castigó a él.

 

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