Castigo por castigo

Gabriel Bevilaqua · Buenos Aires (Argentina) 

Cuando papá halló el reloj de arena roto, me mandó a la cama sin cenar y me prohibió la computadora por una semana. De nada me valió apelar a su condición de abogado. «Su historial, mi estimado, es más que suficiente: ¿cuántas veces le advertí que no jugara con el objeto en cuestión? Innumerables, y aún así usted reincidió otras tantas. He aquí las consecuencias», dijo, y sardónicamente, agregó: «Sea hombre, y acepté su condena». Una semana después, durante la madrugada, oí ruidos en la sala. Bajo el sillón lo encontré al Bobby mordisqueando la maqueta del HMS Beagle a la que papá le había dedicado sumo fervor. Cuando iba a avisarle, observé junto al perro un trozo informe del armazón del reloj. Entonces, sigilosamente, me retiré a mi cuarto.

 

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