La hoguera

Rafael García Martín 

El teléfono sonó triste aquella mañana, como un mal augurio, así que prefirió no descolgar. Desde la ventana de la cocina podía ver cómo las olas acercaban a la orilla los restos de un flotador, lo que constituía una lamentable metáfora de su vida. Se sentó en su despacho saboreando una taza de té, y sintió a Iscra mordisquearle las zapatillas. Aquel cachorro de cocker era lo único que conservaba de su relación con Ivette. Delante de él, una montaña de expedientes crecía desde hacía meses, sin que pudiera hacer nada por remediarlo. Soñaba con una especie de mágica providencia que los hiciera desaparecer cuando, súbitamente, Iscra se levantó, corrió hacia la chimenea y comenzó a ladrar con fuerza. Fue su inspiración. Recostado en la butaca le pareció distinguir su prestigio envuelto entre las llamas, pero no le importó. Sonrió plácidamente mientras Iscra, a sus pies, le miraba con ternura.

 

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