Falsa Identidad

Esther Calzada del Amo · Madrid 

Benito era inexperto en seguir rastros. Con la impaciencia propia de la juventud saltaba de una pista a otra en su afán por acumular información, era normal, sólo tenía seis meses, aún era cachorro. La providencia, con nombre de mujer, se lo había regalado con la intención de que pensara en otro ser que no fuera él mismo, sin embargo Benito había iniciado un peligroso camino de emulación que iba más a allá del parecido razonable entre perro y dueño: dormía sobre el expediente que todas las noches se llevaba a la cama para repasar, avisaba de la llamada del teléfono y se tumbaba panza arriba al oír citar cualquier ley. Ayer se lo encontró sentado en el sillón del despacho, sobre el flotador que le alivia las almorranas, golpeando nervioso el teclado del ordenador con sus patas.

 

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