El Magistrado

Ana Poveda Ribes 

María oía la voz del Magistrado a través de la puerta mientras limpiaba el polvo de la cómoda del pasillo. Hablaba airadamente por teléfono con uno de sus compañeros. Quería revocar una sentencia, contra el criterio de la Sala, manchando así su expediente intachable por un capricho desconocido. Cada día que pasaba se repetía la misma conversación, el mismo empeño. El acaloramiento le modificaba la voz que parecía más ronca. María apartó con el pié al cachorro que mordía su flotador de lunares junto a la puerta y entró en el despacho que estaba vacío. Al pasar el plumero por encima de la chimenea alzó un pequeño cofre de madera oscura y agitando las cenizas que contenía dijo: ¡Deje de bramar D. Enrique, que la providencia ya dispuso….!

 

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