Desquite

Nicolás Jarque Alegre · Albuixech (Valencia) 

Por Juan, transformábamos el comedor angosto en una sala de juzgado. Durante años, cada miércoles, padre se erigía como juez, madre actuaba como fiscal, a mí me asignaban el papel de acusado y Juan, como primogénito, ejercía de abogado de la defensa, eso sí, del turno de oficio, acorde a nuestra realidad familiar. Utilizábamos como guía el manual de derecho que padre adquirió en el rastro para que Juan estudiase. Así recreábamos todo tipo de pleitos, donde mi hermano debía demostrar su pericia y conseguir mi absolución. Si la obtenía, le premiaban con una recompensa individual, pero en cambio si perdía el juicio, el castigo lo sufríamos los dos. Por eso aquella justicia nunca fue gratuita conmigo, ya que la desidia de Juan me condenó a muchas tardes de encierro, repasando la lección. Aunque, gracias a ello, ahora soy su abogado y bien que se lo cobro.

 

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