Delincuencia febril

Paula Ferro Canabal · Santiago de Compostela 

Me llamo Marcelino y delinco por amor. Todo empezó cuando conocí a Magdalena, abogada del turno de oficio que llevaba la defensa de mi primo Francisco, un habitual de los juzgados. Yo estaba desempleado, había acudido al proceso por puro aburrimiento y entonces ocurrió: qué labia, qué cuerpo… ¡Menudo alegato, señor! Me armé de valor e hice lo que tenía que hacer, atracar mi sucursal bancaria. Cuando Juanjo, el director, me vio entrar con aquel pasamontañas y un cuchillo jamonero, se quedó paralizado por la risa. Yo sólo acertaba a decir «caramba Juanjo, tantos años de amistad… ¡no te quedes ahí parado! Avisa a la poli y, sobre todo, llama a mi abogada». Ahora sé que debería haberme informado mejor: ¡la justicia gratuita no permite la libre designación de letrado! Sigo perseverando. Llegará el día en que ella despliegue su retórica por mí.

 

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