Con la luz apagada
VICTORIA Perdomo Gómez · Las Palmas de Gran CanariaCon la cabeza tintineante, la Sra. Roger rubricaba impertérrita el talón de cargo en concepto de minuta por mis servicios prestados aquellos años. Ella se mostraba tan fría y displicente como la ranciedad que desprendía la antig¡edad de sus arrugas. Encorsetada en su traje de firma expelía olor a dinero allí por dónde pasaba. Su mirada se mantenía pétrea. Nunca pude conseguir mantenerle un pulso a sus ojos más tiempo del que tarda un animal en erizar su lomo cuando acecha el enemigo. Había conseguido licitar aquellas obras de arte tan valiosas para ella y sus vástagos de sangre en el que iba a ser su último mes de vida. Mis ojos se humedecieron. Apreté la mandíbula convencido de que fue otro talón como ese el que uniría nuestros destinos cuarenta años atrás en aquel orfanato, cuando por primera y última vez la llamé mamá.