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Cruz Aguilar Oliveros · Teruel 

Eran vulnerables. Agricultores y ganaderos que no conocían otra vida que la de la tierra que les vio nacer y donde la población se desdibujaba día a día, año a año, década a década. Me ocupé de mostrarles la oportunidad que suponía erradicar el hambre que chisporroteaba en sus estómagos, poder vender sus campos a buen precio para empezar una nueva vida, con un empleo en una fábrica en la ciudad y un sueldo fijo cada mes, sin mirar al cielo. El precio que debían pagar no era la emigración, no se saldaba con hacer la maleta y volver en agosto. Era el desarraigo, porque debían dejar su tierra para siempre. El último día logré cerrar todos los contratos como me había pedido la empresa. Esa noche no pegué ojo y jamás he vuelto a dormir en paz. Mis sueños se encharcan, como sus casas, por las aguas del pantano.

 

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