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Juan José Rodríguez Recio 

Le llamaron loco.
Que le diera por investigar moscas no era locura sino entretenimiento pasajero en aquel rencoroso verano que siguió a su licencia de la milicia. Tras la guerra algo había que hacer, así que terminó ganando honorarios alfonsinos ejerciendo de leguleyo. Acababa de volver triste de una Filipinas en llamas, sobre la linde de un siglo y dos imperios. El caso es que, a fuerza de verlas volar, acabó teorizando sobre sus preferencias; a veces, empalagosas, otras casi mascotas que se dejan acariciar por el amo. Fue tal vez por ello por lo que en aquella medianoche febril no le resultó extraño que aquella mosca que acaba de entrar fugaz por la ventana se le posase y le susurrase “bigote”. Cuando llegó a la arena del Juzgado lo entendió todo, supo con absoluta certeza que contaba con la simpatía del Juez que llevaba una mosca, el del bigote.

 

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