Vocación visceral

María Domínguez de Paz · Valladolid 

Cuando el calendario marcaba en rojo el cumpleaños del tío, mamá nos endomingaba, nos ahogaba en colonia y nos llevaba de la mano casi a tirones hasta la puerta de su casa. Una vez allí, nos conminaba a ser adorables -bajo pena de privación de chocolate por un mes-, nos atusaba de nuevo nerviosa mientras mascullaba no sé qué de la herencia, y forzaba la más amplia de sus sonrisas. Al entrar soltaba con remilgo su sempiterno “¡Queridísimo tío, pero si estás hecho un campeón…!”, cuando en realidad le fastidiaba encontrarlo aún tan lozano. A mí me dolía esa farsa, así que un día le conté al tío que mamá le llamaba “petardo millonario” y “rey de las chanclas”, pero que yo me enfadaba y lo defendía ante ella, porque me parecía injusto. Él me dijo sonriendo que con esa manera de pensar de mayor sería abogado. Por supuesto, heredamos.

 

 

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