Amor homicida

Salvador Robles Miras · Bilbao 

Era el día de su cumpleaños, pero el joven abogado estaba alicaído. La ansiedad había candado su alegría. Al día siguiente, debía acudir al Juzgado de Instrucción a tratar de convencer al juez de que el sospechoso no había asesinado a su esposa, enferma terminal, sino que el tóxico que le había administrado constituía su último acto de amor. A él le bastaba con mirar a los ojos de su cliente para saber la verdad, pero ¿cómo convencer al magistrado de que el amor, excepcionalmente, obliga a uno a transformarse en un verdugo? ¿Cómo? Acababa de hablar con su prometida, cuando la mejor de las respuestas, otra pregunta, iluminó el camino del cómo: “¿Estaría el juez enamorado?” En cuanto el ordenador le mostró una fotografía reciente del juez, en una cena benéfica, contemplando a su esposa, el abogado metió en el congelador una botella de cava.

 

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