Ínfulas literarias

Belén Solesio López-Bosch · Pozuelo de Alarcón 

Tras su declaración, el testigo tomó asiento y yo comencé a leer el escrito que me había llevado semanas redactar. Casi desde la primera frase, ese mismo testigo -un soldado de fortuna, curtido en mil batallas- comenzó a llorar con desesperación, mientras su cuerpo se sacudía de forma violenta. Sentí un orgullo descomunal; mis palabras se habían clavado en su corazón. Siempre me había considerado algo más que un simple abogado y me jactaba de que mis alegaciones, además de pertinentes, tenían un plus de poesía. El juez, visiblemente conmovido, declaró inocente a mi defendido. Antes de abandonar la sala me dio incluso unas palmaditas en la espalda. Me acerqué al hombre que sollozaba sin consuelo, con la única compañía de su pañuelo de papel y le rogué que se tranquilizara. -Esta maldita alergia a las puñetas me está matando. Soltó un par de tacos y se alejó, dejándome boquiabierto.

 

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