Codicia

Sergio Haro · La Cavada (Cantabria) 

Cauto, receloso, el testigo recogió el escrito que contenía su declaración. Aquel era el primer documento que tocaban sus ajados dedos de campesino. En su remota aldea natal jamás habían necesitado papeles: la palabra de un hombre era su juez, su abogado y su verdugo. Pero la guerra lo había cambiado todo. El honor no valía nada frente a una vaca o un pedazo de tierra. Y él, ignorante o no, lo había entendido desde el principio. Por eso estaba allí, dispuesto a firmar la falsa acusación que llevaría a sus vecinos ante la horca. Impaciente, el soldado le acercó el tampón. Entonces alargó solemnemente la mano derecha y mojó a conciencia el pulgar. La huella seguía húmeda cuando empezó a asfixiarse. Sí, el aislamiento de su aldea le había impedido conocer ciertas cosas, como el lujo y el poder. Pero también otras, como la tinta. Y su alergia.

 

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