LECCIÓN DE HUMILDAD

MIGUEL ÁNGEL GARCíA RODRíGUEZ · Valladolid 

Todos encienden el ordenador y se buscan. No se encuentran. Pero uno de los nombres les resulta familiar. Al instante, todo el bufete es una esperpéntica manifestación de reacciones: el de Laboral estrella su cabeza repetidas veces contra el teclado, barajando mientras tanto la surrealista posibilidad de convocar un referéndum en la oficina para echar a aquel hombre de allí; la de Sucesiones, mirando al cielo, recita de memoria una bienaventuranza –bienaventurados los mansos, porque ellos heredaran la tierra–; el de Penal, que siempre se burlaba a su costa al verle leyendo un libro en los descansos, se pregunta si aquella situación no era de juzgado de guardia. Y es que, ellos, titulados universitarios, no solo no habían sido seleccionados, sino que el de la limpieza, al que presuponían casi un analfabeto, había ganado el concurso de relatos de ese mes.

 

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