EL SEÑALAMIENTO

ANTONIO PEREJON MAS · BRUNETE MADRID 

Despertó bruscamente, con el rostro perlado de sudor. Era temprano, todavía se podía descansar. Pero la angustiosa visión del juez expulsándole de la sala por acudir con bermudas y chanclas bajo la toga, le abocó a una renuncia al sueño. Le resultaría extraño no acudir de punta en blanco al despacho, y sería una intolerable falta en cualquier asistencia a tribunales. Camino del juzgado, con un perfecto cálculo del trayecto, conducía despreocupado repasando mentalmente el caso, cuando hubo de detenerse ante una retención de tráfico. Tras veinte minutos, y escasos metros ganados, empezó a inquietarse. Su generoso margen se consumía. Llegando a las inmediaciones del juzgado la hora expiraba. Escaló hasta la sexta planta volando sobre los peldaños. Embocando el pasillo, observó como el agente judicial hablaba con su cliente. Al alcanzarlos, fatigado, en la puerta de la sala el funcionario le espetó: “tranquilo letrado, se ha suspendido”.

 

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