Compañeros
Inmaculada del Villar MarzoComo abogado, tenía fama de no tener escrúpulos, él pregonaba que jamás tuvo ánimo de lucro. Su vocación, decía, era desmesurada. A mí me explicó una vez que su madre le contaba que ya desde que era un bebé tenía cara de hombre de leyes. El caso es que ese día, cuando apareció en mi puerta, además de horror, sentí indignación por su insolidaridad. Hacía un mes que se estaba ejecutando la hipoteca de mi despacho y decretado el embargo de mis cuentas. Todo eran deudas. Se quitó las gafas de espejo, levantó su chistera, dejó su maletín en el suelo y se acarició la pajarita. —Vas a ser objeto de mi persecución hasta que pagues. Compañero…no pongas esa cara, primero,la Ley, luego, la elegancia—. Sonrió, dándome una palmadita en la espalda. —Mírame.