Cadena perpetua

David Domínguez Parrilla · Sevilla 

Cerró la puerta del despacho y, sin mediar palabra, aquella bruja pelirroja deslizó sus pantalones vaqueros hasta quedar suspendidos sobre unos largos y afilados tacones negros, dejando ante mis ojos sus encantos más recónditos.
Cuando su mirada me incitó a la desobediencia de los deberes conyugales, supe que había llegado mi fin. Y así fue.
Aquello sucedió hace veinticinco años y aún hoy sigo pasando la pensión de alimentos.

 

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