APRENDIZ DE BRUJO

Ignacio Rubio Arese · Moralzarzal, Madrid 

Yo solo quería crear un abogado supremo, que se guiase por los principios más nobles del derecho civil y la justicia poética. Un ente con cromosomas de Mandela y Gandhi, ecléctico, con el ingenio astuto de Keanu Reeves en “Pactar con el diablo” o la verbosidad de Al Pacino en “Esencia de mujer”. Una criatura que, bajo mi tutela, contrarrestara a los equipos de juristas afanados en exculpar a poderosos magnates. Ocho años pasé encerrado hasta conseguirlo. Inaudito:peroraba con ingenio socrático y desmontaba cualquier dialéctica con la sencillez de una aguja pinchando globos. A punto estaba de lanzarlo de gira por todos los tribunales, cuando desapareció una noche. Dos días después, la policía irrumpió en mi vivienda y me llevaron preso. Ni se imaginan mi desamparo cuando cierto fiscal, en un discurso inquietante, solicitó la pena de muerte por mis depravadas investigaciones. Resignado, bajé los ojos. Lo había reconocido.

 

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