Imagen de perfilSUCESIONES DE DERECHO

Isidoro Sánchez Torres 

Deseaba que alguno de sus descendientes fuese abogado, como él, pero no logró comunicar su entusiasmo a ninguno de sus vástagos. Decepcionado, los castigó en su testamento con un críptico mensaje conteniendo la pista de su legendario tesoro: «En el descanso ancestral, un letrado lo hallará», rezaba. Tras incontables análisis, nadie lo había descifrado.

La competencia por dar con el legado fue despiadada. Pusieron la casa familiar y el despacho patas arriba, pero fue inútil. El tesoro se resistía mientras mis tíos y primos se enemistaban y maldecían al abuelo. Sólo yo lo admiraba y ello me determinó a estudiar Derecho y ser abogada.

Me apadrinó el más joven de sus pasantes, un notario ya retirado que, al colegiarme, me regaló una pequeña urna:

—Son las cenizas de tu abuela. Él quería que las arrojases en este lugar —dijo señalando la equis y unas coordenadas escritas en un ajado mapa.

 

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