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Raquel Lozano Calleja 

En la pradera cercana al río decidió talar el árbol genealógico al objeto de solventar las diferencias familiares de un solo tajo. Dejó al aire sus anillos concéntricos como quien se desnuda de su ADN y muestra sin tapujos sus miserias.
Lo justificó como un acto de rebeldía tardío, como si en aquella geometría circular pudieran advertirse, como una pandemia, las leyes que ocupa las estanterías, las orlas con jaretas, las togas y las malditas anécdotas de los juicios que ocuparon cada sobremesa de su infancia.
Él quiso ser oveja negra. Olvidarse del despacho que fundó su bisabuelo y en el que se jubilaron sus antecesores y dejarse llevar por el meneo de sus caderas en cabarets de poca monta.
Decidió talar el árbol pero dejar vivas las raíces, por si algún día, alguien que no sea él, decide regarlas.

 

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