Juez y parte

Olga Fajardo · Barcelona 

Era todavía un chaval cuando acudí al abuelo Marcelo en busca de guía existencial, me quitaba el sueño no saber qué quería ser de mayor. Más que un pozo, el abuelo era un yacimiento de sabiduría; sacó su pluma y, sin mediar palabra, empezó a dibujar mi genograma en una servilleta. Pasaron las horas, él seguía añadiendo más y más retales de mi vida en forma de papel, hasta que exclamé: “Ya entendí, abuelo, ya entendí”. Mirando la mesa, habitada por mis ancestros, reconocí el laberinto de cruces de las dualidades de mi cartografía emocional. El abuelo acababa de desenredar las triquiñuelas de mi alma. Y así, sin palabras, sentí el veredicto como un clamor dentro de mí: Andrés, serás abogado. Y así fue, no me va mal.

 

 

0 Votos

 

Queremos saber tu opinión