La boda

Aniceto Eduardo López Aranda 

La vista discurría en la Audiencia con toda normalidad; demasiada para los acontecimientos que habían sucedido en la parroquia de San Fernando. Aquel agosto sobraban las diligencias en algo que, inesperadamente, cambiaría las vidas del matrimonio Andrade. El día anterior a su enlace, al pie de las gradas del altar, en obras, el suelo se abrió y las aguas del riachuelo que discurría perfectamente canalizado y que recordaba el pasado árabe de la edificación, dejaron entrever el féretro del Corregidor y la bala que aún se alojaba en su pecho junto al retrato de su amada Catalina. Toda ley sobraba porque la novia era la viva imagen de Catalina y algo estremeció su delicado cuerpo cuando al coger las arras vio como entre ellas iba una bala. La misma que al día siguiente se halló en el cuerpo sin vida del flamante marido.

 

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