Final

Alejandro Conde Arias-Salgado · Valladolid 

Barlow había escuchado sin sorpresa el veredicto de su último caso. “Lástima -sonrió-, nunca encontraré mejor cliente”. Después de tan largo periodo de inactividad consideraba aceptable su trabajo, pero es sabido que algunos asuntos no tienen defensa. Mientras la carreta que lo conducía vadeaba el riachuelo, recordó su llegada a la ciudad: le costaba reconocerse en aquel joven desaliñado que, veinticinco años atrás, descendiera de la diligencia de la Overland con la cabeza llena de ideales. Andando el tiempo se asomó al otro lado de la ley y sustituyó los códigos por las noches al raso y el tacto frío de las balas. “Ahora es un poco tarde para arrepentirse”, pensó. Los caballos se detuvieron junto al árbol de la colina, a cuya sombra se habían congregado muchos curiosos, vestidos como para una boda, que miraban con respeto la soga suavemente mecida por la brisa.

 

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