Heridas del trabajo

Miriam García Herraiz · Ciudad Real 

Las inconfundibles sombras con las que soñaba cada noche le perseguían ahora, cargadas a sus espaldas lo iban atrapando sin que pudiera escapar, ahogándolo en sus propios pensamientos, a veces vacíos, tan frágiles que se rompían en pedazos. Pasos perdidos, cansados, gastados por el tiempo, se detienen en un parque lleno de sol y alegría, descubriendo los patos que nadan en una libertad limitada, y la mirada se interrumpe por una lágrima que huye de un cuerpo castigado por los años. Sólo la toga colgada del brazo le delata como un reflejo de la culpa que va sintiendo por dentro y contra la que no puede vengarse. Es la hora de recordar esa primera conferencia a la que acudió todavía siendo un estudiante y que le abrió los ojos que ahora quieren cerrarse. Vuelve la imagen de esa infortunada familia llorando en la cocina en un desahucio inútil.

 

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