Imagen de perfilEl juez asesino

KOLDO A. Etxabarri 

Cuando escondía el cuerpo de mi esposa en una zanja del monte, me sentí un auténtico animal. Pero nadie iba a ensuciar mi brillante carrera, y nadie tenía derecho a poner en entredicho mi legado, así como mi más que probable ascenso en el escalafón judicial: ¿Qué pensarían mis compañeros si se enterasen de que me había dejado por un delincuente al que yo mismo había condenado? Al cumplir la pena de 15 años de prisión, aquel desalmado decidió empezar a cortejar a mi esposa con su dulce verborrea. El trabajo me tenía absorbido y descuidé mi relación de pareja, hasta que ella acabó cayendo en sus redes. Lo supe porque descubrí varios mensajes libidinosos en su teléfono móvil. El dueño de aquella línea de teléfono era el mismo al que yo había condenado años atrás por ahogar y esconder el cuerpo de su esposa en el monte San Cristóbal.

 

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