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Pablo Vázquez Pérez 

Después de tanto caminar por las calles vacías de la ciudad, una ráfaga de viento lo espabiló, al mismo tiempo que las farolas se apagaban. La claridad perfilaba los edificios de la gran avenida. Entró a un bar lleno de taxistas, obreros y algún borracho. Ellos desayunaban somnolientos. Él pidió un café, con su elegante porte, a pesar de tantas horas sin dormir.
Arrancó el cartel de la puerta con la leyenda “Calonge y asociados”. Sin sus hermanos ni los demás socios, aquel letrero ya no tenía sentido.
– Una oportunidad de crecimiento- le habían dicho.
– Una traición para nuestra familia- respondió él.
Permaneció un par de horas sentado solo, en la intimidad del despacho. Observó el reloj de la pared cuando las manecillas marcaban las nueve en punto.
Entonces, tomó un expediente del montón que había sobre la mesa y, abriéndolo por la primera página, descolgó el teléfono.

 

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