PESADILLA DE ECCE HOMO

Juan Carlos Monterde García · BADAJOZ 

Aquella noche el Letrado no podía conciliar el sueño. Amarrado a la columna, tal Ecce Homo, sufría las vejaciones de los carceleros. Desde la sala contigua percibió que el Juez agitaba la campana, y después imaginó que lo arrastraban en silencio al patio de ejecuciones. Estaba débil, pues solo comió una mandarina en los últimos días. Había sido condenado a pena de garrote por un delito que decía no haber cometido. Barruntando su futuro, buscó desesperadamente entonces al mejor Abogado de Madrid. Casi sin tiempo, éste había movido -infructuosamente- hilos en la capital, antes de consumarse el vencimiento del plazo para recurrir la sentencia.

Pero la misma pesadilla asomaba a su mente una y otra vez. Estaba oscuro, y la nebulosa le cegaba por completo. A medianoche, presenció aterrado en el callejón raimundiano el espectro de su esposa, suplicándole retornar al Edén dorado de su juventud.

 

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